









El fakir aparece cubierto de sangre, llevando siempre su cuchillo – esta vez ensangrentado – entre los dientes, dejándose deslizar por la cuerda.
Una vez en tierra, parece arrepentirse del crimen que acaba de cometer. Es por este motivo, que junta todos los pedazos del muchacho y, encerrándolos en un cesto, murmura unas palabras incomprensibles, acompañadas de gestos cabalísticos y misteriosos. ¡Oh milagro! … La tapa del cesto se abre suavemente y el joven asesinado sale lentamente, entero, perfectamente recompuesto y vivo.
Seguidamente, fakir y ayudante pasan el platillo para recoger la recompensa de su morbosa proeza.